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Protagonista | Sara Soto, bióloga. Investigadora en ISGlobal: «Nos quedamos sin armas para combatir las resistencias antimicrobianas»

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Con una sólida trayectoria en la investigación de las resistencias antimicrobianas, Sara Soto actualmente desarrolla su carrera profesional en el centro de investigación científica Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), donde es directora del Programa de Infecciones Virales y Bacterianas y profesora investigadora asociada, labor que compagina con su trabajo como profesora asociada en la Universidad de Barcelona.

¿Qué acciones se están llevando a cabo desde ISGlobal con respecto a las resistencias antimicrobianas?

Desde ISGlobal abordamos el tema de las resistencias a los antimicrobianos desde dos puntos de vista: la concienciación y difusión, y la investigación.

Contamos con diferentes grupos de investigación, dedicados tanto a la vigilancia de la resistencia desde el punto de vista clínico, animal y medio ambiental, como al descubrimiento de nuevos antibióticos y sistemas de diagnóstico.

Con respecto a la parte de concienciación y difusión, disponemos de la Iniciativa de Resistencia a los Antibióticos, de la cual formamos parte. Este ámbito incluye formación, enfocada tanto en informar a la ciudadanía como en sensibilizar al personal sanitario para que tomen conciencia de este problema y su alcance.

¿Considera que los farmacéuticos pueden colaborar en esa labor de formación que realizan?

Sin duda. Los farmacéuticos cumplen un rol fundamental para evitar la automedicación con antibióticos. Son ellos quienes pueden ayudar a los pacientes a entender que no deben exigir antibióticos sin receta y así cumplir con la normativa, además de concienciar sobre el uso adecuado de estos medicamentos.

Ha coordinado el proyecto H2020 NoMorFilm y otros proyectos nacionales sobre nuevas moléculas con actividades antibacterianas. ¿En qué punto se encuentran estas investigaciones?

NoMorFilm ya concluyó. Fue un proyecto europeo en el que colaboramos con 15 socios de 9 países diferentes. Se centraba en la búsqueda de moléculas antibacterianas y anti-biofilm en microalgas marinas, con la idea de usarlas para recubrimientos en prótesis y catéteres y para evitar posibles infecciones tras su implantación. De ese trabajo surgieron varias patentes, una de ellas con especial potencial.

Actualmente, estamos avanzando en otro proyecto de investigación propio, donde buscamos nuevos antibióticos derivados de un nuevo compuesto de oro que podría ser muy eficaz. Estamos en la parte de LEAD compound, optimizando la molécula para entrar en la fase de preclínica regulatoria.

¿Cuánto tiempo pasa desde que se descubre una molécula hasta que llega al mercado? ¿Cuál es el coste?

El proceso completo puede durar entre 10 y 20 años, y el coste ronda el billón de euros. Es una cantidad muy alta, sobre todo para un tratamiento que dura pocos días (entre 5 y 7). Esto hace que no sea rentable para las farmacéuticas, y por eso no se invierte tanto como sería necesario.


«Reino Unido ha puesto en marcha recientemente un modelo Netflix: el gobierno paga una cuota fija anual a las farmacéuticas por antibióticos de última generación, independientemente de la cantidad que se prescriba, de forma que los ingresos no están vinculados al volumen de ventas, y eso está ayudando a incrementar la investigación»


¿Se están llevando a cabo proyectos nacionales o internacionales para investigar nuevas moléculas?

Sí, existen varios proyectos, pero generalmente los grupos de investigación llegan como máximo a la fase preclínica. Las fases clínicas hay que desarrollarlas de la mano de la industria farmacéutica. Esto ha motivado la creación de políticas para incentivarlas.

Un buen ejemplo es Reino Unido, que ha puesto en marcha recientemente un modelo Netflix: el gobierno paga una cuota fija anual a las farmacéuticas por antibióticos de última generación, independientemente de la cantidad que se prescriba, de forma que los ingresos no están vinculados al volumen de ventas, y eso está ayudando a incrementar la investigación.

¿Es fundamental entonces la colaboración público-privada?

Totalmente. Sin esa colaboración, sería casi imposible. Las primeras fases, las de descubrimiento, son largas y caras, y no garantizan que el producto final sea viable. Puede que los resultados in vitro sean prometedores, pero luego no funcionen in vivo o que resulten tóxicos.

¿Hay algún proyecto que esté cerca de ver la luz?

Sí. Actualmente hay algunas moléculas en fase 3 para ciertos microorganismos, la última fase antes de su posible aprobación.

¿Y entre estos microorganismos se encuentran algunas de las bacterias más preocupantes en este momento?

Lamentablemente, en la mayoría de los casos, no. Las bacterias de alta prioridad suelen ser resistentes a prácticamente todo, con mecanismos de defensa tan complejos que, a menos que tengas una molécula realmente innovadora y con un mecanismo de acción contra la bacteria totalmente diferente, la resistencia aparece casi de inmediato. Es muy difícil combatir estas bacterias Gram-negativas que tenemos como high priority; a veces parecen invencibles y son tremendamente difíciles de aniquilar.

¿Existen otras opciones terapéuticas eficaces para combatir las bacterias?

Sí. Actualmente, por ejemplo, se están investigando las moléculas antivirulencia, que actúan sobre los factores de virulencia bacteriana para que el patógeno sea menos dañino.

También están los fagos, que son virus que infectan exclusivamente a las bacterias y que se llevan utilizando desde los años 60 en algunos países de Europa del Este. La complicación de los fagos es que son para una cepa muy específica de una bacteria, y a veces también hay controversia porque se trata de un virus vivo y eso puede causar rechazo a nivel social; ya vemos los problemas que puede haber con las vacunas y están atenuados, pero aún así es una alternativa que se está desarrollando muchísimo. Otra opción son las vacunas de anticuerpos. Se están explorando todas las posibilidades.


«Las bacterias de alta prioridad suelen ser resistentes a prácticamente todo, con mecanismos de defensa tan complejos que, a menos que tengas una molécula realmente innovadora y con un mecanismo de acción contra la bacteria totalmente diferente, la resistencia aparece casi de inmediato»


¿La inteligencia artificial (IA) puede contribuir a desarrollar nuevos antibióticos?

Sí, nosotros, por ejemplo, trabajamos con un grupo de química computacional que aplica IA en la investigación de antibióticos. La IA permite estudiar una gran cantidad de moléculas virtuales para identificar aquellas que puedan ser útiles para el objetivo planteado: que el antibiótico vaya dirigido a una proteína especifica de la bacteria, cómo puede bloquearla, cómo se une… La tecnología juega un papel importante en este sentido, ya sea con un objetivo concreto de estudio, o para probar miles de compuestos y ver qué aparece. Se calcula que en 2050 la resistencia antimicrobiana podría ser la primera causa de mortalidad en el mundo.

El ex-primer ministro David Cameron lo resumió muy bien cuando dijo que, si no actuamos, volveremos a una época “preantibiótica”, donde infecciones comunes podrían resultar mortales, como una mujer con una cesárea infectada. Podemos llegar a eso, nos quedamos sin armas para combatir las resistencias antimicrobianas.

¿Hay vuelta atrás? ¿Qué medidas habría que implantar?

Aunque nos centramos en el uso excesivo de antibióticos en humanos, también existe el abuso en animales y la contaminación ambiental, por lo tanto, debemos tomar medidas en estos tres nichos. Es lo que llamamos una visión One Health (Una Sola Salud).
En el caso de los animales, por ejemplo, se han usado en exceso durante años, como profilaxis, como tratamiento y como promotor del crecimiento. Hoy, la regulación es más estricta; ya no se añaden a la alimentación animal de forma indiscriminada, se están promoviendo medidas como el aislamiento de los animales enfermos para que no contagien al resto y evitar el suministro antibióticos a todos, se emplea la receta electrónica, se han creado programas específicos para reducir el uso de antibióticos…

Por ejemplo, en España el Plan nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN) ha puesto en marcha unos programas que se llaman Reduce para la reducción voluntaria del consumo de antibióticos en animales. Con el tiempo se han ampliado a muchas especies con unos resultados muy positivos.

En cuanto al medio ambiente, funciona, sobre todo, como vehículo de diseminación de esta resistencia. Al final, todo lo que sale de las fábricas, aunque no sean residuos de antibióticos, conllevan químicos que pueden hacer que las bacterias expresen algún tipo de mecanismo. En el agua, por ejemplo, hemos encontrado bacterias resistentes a metales como el mercurio o el cadmio, entre otros, que a veces comparten mecanismos de resistencia con los antibióticos. Cada vez hay bacterias más resistentes que las plantas de tratamiento de agua tampoco son capaces de eliminar en su totalidad, incluso estamos viendo que las bacterias más denominadas clínicas acaban pasándole los determinantes de resistencia a las ambientales. Todo está conectado, es lo que actualmente se denomina “One Health”, un enfoque que aúna la salud humana, animal y ambiental. Tenemos muchos ámbitos donde tomar medidas.

¿Cuáles serían las más prioritarias?

Las medidas deben aplicarse a varios niveles. La principal es un consumo responsable de antibióticos. Debemos concienciar a la población de que sólo actúan sobre bacterias, no sobre virus, y que no deben usarse, por ejemplo, en resfriados. En el ámbito ambiental, hace falta desarrollar una regulación más estricta sobre los residuos que se liberan, ya que es un concepto bastante nuevo, y también seguir avanzando en el uso de antibióticos en animales.


«Aunque nos centramos en el uso excesivo de antibióticos en humanos, también existe el abuso en animales y la contaminación ambiental, por lo tanto, debemos tomar medidas en estos tres nichos. Es lo que llamamos una visión One Health (Una Sola Salud)»


¿Hay muchas diferencias entre los países con respecto a este tema?

Sí, y somos conscientes de que nos faltan muchos datos de regiones con rentas bajas, como pueden ser las de África Subsahariana o Asia, y aún así la información disponible sobre las muertes asociadas a bacterias es demoledora. Son zonas donde hay falta de antibióticos, existen falsificaciones, no se pueden realizar diagnósticos o en los que no hay legislación al respecto, lo que provoca la venta y el consumo indiscriminado.

¿En el ámbito de la salud pública se está haciendo lo suficiente para crear conciencia sobre este asunto?

Se están realizando acciones, como la Semana Mundial del Uso Racional de los Antibióticos, que se celebra en noviembre. Sin embargo, a pesar de estas iniciativas, muchas veces no tienen el impacto que deberían. Al tratarse de un problema menos visible que otros, como pudo ser el COVID, la población no está lo suficientemente sensibilizada. No es tangible porque el antibiótico todavía cura y eso hace que el temor no exista.

En Europa, la conciencia sobre la resistencia antimicrobiana está aumentando y sí se ven avances, por ejemplo, a nivel legislativo. Sin embargo, los proyectos de investigación son escasos, aunque es cierto que las políticas de incentivación han sido muy bien recibidas.
Aunque se hagan esfuerzos, como el del modelo Netflix en Reino Unido o los programas de reducción en animales en España, aún queda mucho camino por recorrer.

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