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La  piel es el órgano que, evidentemente, está más expuesto a la radiación solar, y todos los estudios concluyen que la radiación UV ejerce un efecto dañino  en muchas moléculas  y estructuras, así como daños permanentes en el DNA ligados a riesgos crónicos en la piel, ojos y en el sistema inmunitario. Al ser denominado un “problema externo”, en un principio se optó por “soluciones  externas”, es decir, protectores solares,  sin embargo, desde el momento en que se empiezan a conocer los mecanismos que subyacen en el daño producido por las radiaciones solares,  la protección solar  se ha acercado más a las denominadas “soluciones internas” para atenuar los mencionados daños. Estas soluciones internas pasan por una serie de nutrientes y componentes bioactivos de los alimentos que protegen la piel.

 

Muchos de estos componentes bioactivos  están presentes en la alimentación mediterránea, dándose la paradoja que siendo las regiones mediterráneas las que tienen más intensidad lumínica, son las que presentan menor incidencia de cáncer de piel, por ejemplo,  respecto a los países nórdicos. Así en España, y como ejemplo, la incidencia de cáncer de piel es de 4.50 por cada 100.000 mujeres, mientras que en Suecia es de 11.50.  Por ello está claro que los nutrientes y la alimentación juegan un papel básico en la protección solar.

Las modificaciones principales se reflejan en lo que se denomina “fotooxidación”,  cuyo proceso agudo es el eritema solar, que nos indica que el daño ha ocurrido ya a nivel molecular. Este proceso en el que se generan especies reactivas oxidadas (ROS),  a partir, especialmente, de los lípidos y especies reactivas nitrogenadas (RNS) que aparecen por deterioro de proteínas y del DNA en el tejido expuesto a la radiación, cursa, como  hemos dicho, con un proceso oxidativo en profundidad que a su vez daña la membrana celular y libera mediadores de la inflamación, como TNF- α,  IL-1 o IL-6. Este proceso gasta capital antioxidante del organismo; por lo que el aporte de nutrientes antioxidantes disminuiría los efectos de dicho proceso. Además,  en los últimos años, al daño oxidativo se han añadido los efectos  del mismo sobre el sistema inmunitario,  ligado a su vez a los mediadores de la inflamación, cuyo efecto más conocido sería el cáncer de piel.

 

 

Respecto a los compuestos bioactivos que actúan en la prevención de la fotooxidación  y los daños por ella producidos,  debemos citar en primer lugar a los antioxidantes. Niveles elevados de antioxidantes reducen los efectos negativos de la radiación UV, proporcionando una protección interna e incluso disminuyendo el riesgo de cáncer de piel. Muchos de los citados micronutrientes participan en lo que se denomina el sistema de defensa antioxidante del organismo, que se pueden clasificar en  sistema interno (enzimas antioxidantes): superóxido dismutasa, catalasa, glutatión peroxidasa y enzimas de reparación,  y sistema externo (nutrientes propiamente dichos vía oral): carotenoides, vitamina E, vitamina C; los anteriores actuarían captando las especies reactivas y oxígeno singlete, mientras que otros compuestos, como flavonoides y polifenoles, regenerarían los anteriores. A ellos hay que añadir otros compuestos bioactivos, minerales  y algunas vitaminas, que determinarían la capacidad antioxidante de la piel.

Para comprender cuales son los nutrientes más implicados en protección solar debemos, así mismo, recordar cuales son las cantidades en que dichos nutrientes están presentes en la piel, así las concentraciones de d-α tocoferol varían en función de los estratos de la piel; en la epidermis se encuentran unos 24,8 pmol/mg, en la dermis 16,2 pmol/mg y en el estrato córneo 33,0 pmol/mg, por tanto un aporte de vitamina E (en forma de d-α tocoferol ) sería adecuado para mantener dichas concentraciones y que luego pueda actuar como antioxidante  absorbiendo  las radiaciones UV, por lo que su ingesta oral es una buena protección  frente a las radiaciones solares.

Los carotenoides son muy interesantes en este sentido. Estas estructuras, denominadas en general polienos de cadena larga,  son antioxidantes que al igual que la vitamina E varían en cantidad según los estratos de la piel y zonas del cuerpo humano; se encuentran en cantidades elevadas en la frente y la espalda, mientras que están en bajas concentraciones en el brazo; sus concentraciones varían también en función del tipo de caroteno,  así entre la dermis y epidermis se hallan concentraciones de β-caroteno y menor cantidad de α-caroteno y luteína. Respecto la luteína se ha demostrado que reduce parcialmente la fotocarcinogénesis  como respuesta crónica a la radiación UVB. El caroteno que se halla en mayor cantidad es el licopeno, que  se encuentra en el tomate y la sandía,  y que actuaría posiblemente filtrando la banda azul del espectro y eliminando compuestos reactivos intermedios en el proceso de la fotooxidación. Además, la ingesta de carotenoides disminuye la intensidad del eritema solar, así como su actuación a nivel interno como antioxidantes.  Por  todo ello, queda claro que los suplementos a base de carotenos y vitamina E serían adecuados para la protección solar, y es el farmacéutico quien puede aconsejar al consumidor cual de ellos escoger adecuadamente. Otra vitamina protectora, vía oral, es la vitamina C, que como antioxidante primario que es, potencia la capacidad antioxidante de la piel, reparando asimismo enzimas que estarían en la ruta de la fotooxidación.

Otros nutrientes que pueden tener efectos beneficiosos en la protección solar son elementos minerales como el selenio y el zinc, ambos antioxidantes.

El selenio forma parte de la glutatión peroxidasa  y defiende la piel de los efectos dañinos de la radicación solar. Usualmente se encuentra asociado a proteínas en forma de selenocisteina y selenometionina, que son las formas alimentarias del selenio, y contribuye especialmente a eliminar las especies radicalarias  nitrogenadas (RNS), y se cree que desarrolla un papel importante en la prevención del cáncer de piel. En cuanto al zinc, además de sus efectos como antioxidante,  forma parte de las metaloproteinasas  y  también actúa en la síntesis y reparación del colágeno, por lo que otro grupo de complementos de elección en la protección solar son ambos antioxidantes.

Otros compuestos bioactivos que forman parte del capital antioxidante del organismo son los flavonoides y polifenoles.  Se ha demostrado que estos compuestos  ejercen una acción de quimioprevención contra la carcinogénesis inducida por radiaciones solares.  En estos grupos podemos encontrar los extractos de té verde (especialmente el galato de epigalocatequina), teaflavinas del té negro, cafeína, extractos de piel de limón, que contiene d-limoneno, del que se ha observado que tiene un efecto inhibidor sobre el desarrollo de cáncer de piel.  Otros polifenoles, como son los extraídos del cacao, poseen efectos similares a los de té verde. También los derivados de extractos de uva, incluyendo en estos últimos el resveratrol, poseen un efecto sinérgico con otros polifenoles cuando se toman en combinación. En este capítulo también debemos añadir al pycnogenol, extraído del pino marítimo, con gran potencial antioxidante.  En principio el mecanismo de actuación combinaría un efecto que inhibe la disminución de los enzimas antioxidantes, regenerándolos, con la inhibición  del estrés oxidativo, reduciendo la producción de hidroperóxidos y la producción de especies nitrogenadas. Otros compuestos bioactivos que por sus efectos antioxidantes podrían ser utilizados son el ácido lipoico y el coenzima Q-10.

Intervienen asimismo en la protección solar la mayor parte de vitaminas hidrosolubles, como es el caso del metabolito del ácido fólico (el 5-metiltetrahidrofolato), que inhibe reacciones de sensibilización a la luz solar; por el contrario, la vitamina B2 (riboflavina) parecería que tendría un efecto potenciador de la fotosensibilización, por lo que un punto a estudiar sería el  establecimiento de una relación óptima entre fólico y riboflavina para evitar la fotosensibilización inducida por la radiación solar.

Finalmente, no debemos olvidar el papel de los ácidos grasos. Por un lado recordar que un desequilibrio entre las series de los ácidos grasos ω-6 y ω-3 conduce a procesos inflamatorios,  exacerbando los procesos de fotooxidación  y alterando el sistema inmunitario por un exceso de consumo de ácidos grasos de la serie omega-6 (ácido linoleico), por lo que sería conveniente un aporte de ácidos omega-3, especialmente EPA y DHA, eso sí siempre paralelo a un aporte de antioxidantes, puesto que los ácidos grasos poliinsaturados son substratos propicios a la oxidación. Por otro lado,  cabe mencionar que otra elección sería el aceite de oliva (omega-9),  ya que cuyo elevado contenido en ácido oleico (ácido graso monoinsaturado) lo hace menos lábil a la oxidación. Además debemos recordar que el aceite de oliva contiene polifenoles  antioxidantes, como el tirosol, hidroxitirosol y la oleuropeína, que han demostrado poseer actividad protectora frente a la radiación solar.  A todos estos nutrientes debemos añadir extractos de plantas, que incluyen el romero, orégano y tomillo, así como el extracto de ajo que podrían prevenir el daño por radiaciones solares.

Finalmente recordar que el alcohol podría exacerbar los daños producidos por la radiación solar, y se ha asociado con un incremento del eritema solar y melanomas, particularmente cuando su consumo es abusivo.  No hay que olvidar que un exceso de protectores solares tópicos van a impedir la síntesis de vitamina D, por lo que un adecuado consumo de complementos alimenticios debe estar perfectamente pautado para asegurar la prevención de riesgos y la síntesis de dicha vitamina. Es por todo ello que, tal y como hemos comentado antes, el farmacéutico debe dar un buen consejo nutricional y alimentario, a la par que asesorar sobre los tipos de protectores solares adecuados a cada tipo de piel. •

Dra. Magda Rafecas

Profesora de Nutrición y Bromatología

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