Así, se considera que una persona es anciana a partir de los 65 años, quizá un término no muy adecuado dadas las actividades que realiza este grupo, reservando el término de muy anciano para las que superan los 80. En 2010, en España el 17,2% de la población estaba constituida por personas mayores de 65 años, y se prevé llegar en el año 2060 a un 29,9%. Este aumento de la longevidad y, consecuentemente, la expectativa de vida, se atribuyen a la mejora de los estándares de nivel de vida, a la disminución de la mortalidad infantil y a una mejora de los cuidados médicos. En este último grupo de causas, la nutrición juega un papel muy importante. A su vez, este aumento en la longevidad viene condicionado por la aparición de enfermedades como hipertensión o la diabetes. Se estima que el 65% de la población entre 65 y 84 años sufren enfermedades crónicas y disminución del sistema cognitivo junto con enfermedades degenerativas.
También existen otros factores afectan al estado de salud, así debemos señalar que personas que viven en instituciones tienen tendencia a padecer malnutrición, debido a la baja ingesta de algunos nutrientes, mientras que en un caso opuesto se sitúan las personas que viven en sus casas, que muchas veces tienen una tendencia al sobrepeso u obesidad. También es básico practicar algún tipo de actividad física, puesto que sin ella se va perdiendo masa muscular y por tanto descienden las necesidades energéticas, mientras que por otro lado aumentan las necesidades de otros nutrientes. A todo ello cabe añadir la pérdida de cualidades sensoriales que hacen que no sean apetitosas algunas preparaciones culinarias; también impactan en este grupo las alteraciones bucodentales, todo lo cual conlleva hacia un cierto grado de anorexia en esta población, por lo que la opción más clara es completar la alimentación con complementos alimenticios, que deberían ser aconsejados por el farmacéutico.
Necesidades energéticas
Como ya hemos comentado, con la edad disminuyen las necesidades energéticas debido a que se pierde masa muscular y aumenta la masa grasa, pero en las poblaciones cercanas a los 65 años los requerimientos energéticos son superiores a las de las poblaciones cercanas a los 80 años. Sin embargo y, aunque generalizando, no se debería bajar de las 1.200 Kcal/día en ningún caso.
Proteínas
Las proteínas se convierten en un factor clave en la nutrición en la tercera edad. Recordemos que en el envejecimiento se produce un catabolismo tisular, lo cual conduce a una pérdida de masa muscular y a lo que se denomina “el síndrome de fragilidad”, que comporta especialmente fatiga, debilidad, baja actividad, lentitud al caminar y, cuando se produce de una manera severa, conlleva hacia una pérdida de peso no buscada. Este síndrome contribuye al desarrollo de la osteoporosis y puede ser la causa de dependencia en la tercera edad. En esta etapa es tan importante realizar ejercicios físicos para aumentar la masa muscular (p.e. ejercicios con mancuernas), como una ingesta adecuada de proteínas de buena calidad. Las recomendaciones se elevan en este grupo poblacional, y es por ello que se han de tomar alimentos ricos en proteínas que contengan especialmente aminoácidos esenciales. En algunos casos es importante se tomen preparados con aminoácidos esenciales de elevada biodisponibilidad para reponer las proteínas perdidas.
Hidratos de Carbono
En el caso de los hidratos de carbono se debe atender las siguientes pautas alimentarias: los hidratos de carbono serán preferentemente sin refinar, por tanto, el consumo de cereales integrales sería la primera opción, ya que se reduciría el Índice Glucémico, que disminuiría el riesgo de padecer diabetes o enfermedades cardiovasculares. Sin embargo debemos recordar que la población de la tercera edad puede tener problemas gastrointestinales e inmunitarios, por lo que el consumo se debería decantar hacia la fibra soluble, que facilitaría el tránsito intestinal, y hacia prebióticos y probióticos que, a su vez, modularían la respuesta inmunitaria y mejorarían la salud del sistema gastrointestinal.
Grasas
Aunque un consumo excesivo de grasas puede ser perjudicial, el consumo de los ácidos grasos EPA y DHA (omega-3) es básico para mantener las funciones del sistema cognitivo y controlar los cambios de humor con tendencia a la depresión, cuadros que aparecen en esta franja de edad poblacional; también el consumo de EPA es esencial para la función cardíaca. Recordemos que EPA y DHA son precursores de moléculas antiinflamatorias, por lo que está indicado su consumo en todas aquellas patologías que conlleven este estado inflamatorio, por ejemplo en problemas dermatológicos o en su caso en la artritis reumatoide, enfermedad en alto grado dolorosa e inhabilitante. En este apartado, debemos señalar que EPA y DHA son los funcionales en los sentidos fisiológicos indicados anteriormente, y que el consumo de otros omega-3 (ácido linolénico) no ejerce el mismo efecto, ya que con los años los enzimas encargados de convertir el linolénico en EPA y, posteriormente en DHA, tienen muy poca actividad, lo cual dificulta su funcionalidad, por ello el farmacéutico entre los múltiples complementos a escoger se debería decantar con los que aporten directamente estos dos ácidos grasos. Alimentariamente, es por todos sabido que el gran aporte de EPA y DHA resulta del consumo de pescado azul, sin embargo se ha de tener en cuenta que en muchos casos el pescado azul contiene dioxinas y PCBs, lo que supone que no se deberían tomar más de 4 raciones a la semana. Por ello también serían de elección las algas en ensalada, que a parte de EPA y DHA contienen vitaminas y minerales. En el caso de los complementos alimenticios de EPA y DHA se debe contrastar la calidad del producto verificando que no contienen contaminantes como las dioxinas y/o PCBs.
En el caso de compuestos lipídicos debemos reseñar que el consumo de estanoles/esteroles vegetales es un buen aliado en el momento de reducir las tasas de colesterol plasmático.
Micronutrientes
La nutrición en la tercera edad se caracteriza, como ya se ha dicho, por una disminución en la ingesta de energía y por un aumento de las necesidades en determinados nutrientes. En el caso de vitaminas y minerales es donde se debe hacer mayor hincapié, junto con las proteínas. Así, los cambios gastrointestinales pueden disminuir la absorción de algunos micronutrientes, por ejemplo sería el caso de la vitamina B12, puesto que las concentraciones de factor intrínseco disminuyen con los años. Por tanto, fólico, vitamina B12 y vitamina B6 son de consumo obligatorio, ya que su falta provoca un incremento de homocisteína en el cerebro que incrementa el riesgo de padecer infarto cerebral y de miocardio.
Una recomendación consensuada es el incremento de las necesidades de vitamina D. En este momento el déficit de vitamina D se da en todos los segmentos de edad, pero es acuciante en la población pediátrica y en la tercera edad. La vitamina D controla la homeostasis del calcio en plasma, por lo que un déficit de vitamina D conduce a extraer el calcio del hueso para mantener la homeostasis del calcio en plasma, lo que conduce a la osteoporosis. En diversos estudios epidemiológicos se ha constatado que pacientes con fractura de cadera tenían bajas concentraciones de vitamina D en plasma.
El déficit de vitamina D deriva de que la conversión de colesterol en vitamina D activa es muy lenta en edades avanzadas, y que a pesar de la exposición al sol, como la dermis se engrosa, se dificulta la síntesis de vitamina D. Aquí cabe recordar el comentario que se ha realizado en el apartado de grasas: la vitamina D es una vitamina liposoluble que se encuentra en la fracción grasa de los alimentos. En una alta controversia, las recomendaciones alimentarias explicitan que un consumo de alimentos ricos en grasas contribuyen de forma negativa sobre la salud del individuo, pero como paradoja necesitamos de vitamina D, por tanto cuando se evita el consumo de alimentos ricos en grasa, que es en donde se encuentra (yema de huevos, leche entera…), no se consume lo suficiente, por lo que con este puzle no se encuentra un equilibrio adecuado entre ingesta de grasa e ingesta de vitamina D, que siempre es la perjudicada.
Por otro lado, y recordando el apartado anterior, el déficit de vitamina D se podría subsanar con el consumo de pescado azul o aceite de hígado de bacalao. Sin embargo, aquí y una vez más, recordar el problema de los contaminantes en la grasa del pescado azul. Estamos ante un dilema en el que todos los actores, especialmente los farmacéuticos, debemos coordinarnos para abordar la salud de la población de la tercera edad.
Otros nutrientes ligados a la salud de la tercera edad son los antioxidantes. Entendiendo el envejecimiento como fruto de una oxidación, deberíamos aportar micronutrientes, como el selenio y el zinc, cuyas necesidades aumentan durante el envejecimiento. Así mismo, la ingesta de Coenzima Q10 frenaría el envejecimiento a nivel mitocondrial al mismo tiempo que regularía la función mitocondrial alterada por las estatinas.
Finalmente recordar un gran problema nutricional en la tercera edad que es el de las necesidades hídricas. Debido a las alteraciones sensoriales o a veces por problemas de incontinencia, la tercera edad es proclive a la deshidratación, por lo que, sobre todo en edades avanzadas, el agua es clave para aportar los nutrientes al organismo, siendo necesario atender a este requerimiento.
Magda Rafecas
Farmacéutica
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