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Aunque la diferenciación del sexo depende de los cro­mosomas sexuales XX o XY, el sexo genético no siempre se correlaciona con los ge­nitales externos. Un individuo con dos cromosomas XX será del sexo femenino, mientras que un indivi­duo XY será un individuo masculino siempre que tenga activado el gen Sry, pues si no es así desarrollará un fenotipo femenino. El cromoso­ma “Y” por sí mismo no determina el sexo: el factor crucial es el gen Sry, localizado en el brazo corto del cromosoma “Y”. A partir de su ex­presión es cuando se establece un claro dimorfismo sexual.

Para que las gónadas puedan cons­tituirse, deben desarrollarse previa­mente los riñones, conocidos como mesonefros. En los inicios de la vida intrauterina y hasta la séptima sema­na, las gónadas en el embrión huma­no están indiferenciadas, y en ambos sexos, el desarrollo de los genitales presenta rasgos muy similares.

A partir de la 8ª semana de vida embrionaria (1 0ª de amenorrea) comienzan una serie de eventos morfofisiológicos en los que van apareciendo la diferenciación de los genitales. Concretamente en el sexo femenino, entre la semana novena y duodécima, las partes distales de los conductos paramesonéfricos (conductos de Müller) se fusionan dando lugar a:

  • Una parte craneal, donde se desa-
  • Una parte media y fusionada que da origen al útero.
  • Una parte caudal que contribuye a la formación de la vagina.

La histórica concepción de la existencia de un origen embriológi­co diferente entre los tercios supe­rior e inferior de la vagina, ha sido cuestionada recientemente. A partir de los estudios de Cai en 2009, ba­sados en investigaciones genéticas y moleculares puede decirse que la vagina deriva únicamente del con­ducto paramesonéfrico.

 

 

En la semana 16ª de vida em­brionaria se abre el canal vaginal y en la 20ª ya está completamente canalizado.

Aunque el término “vagina” está realmente extendido, a menudo se habla de ella de forma poco preci­sa e incluso incorrecta. En muchas ocasiones, se confunde con la vul­va, que es la parte más externa de los genitales femeninos. Muchas mujeres desconocen su ubicación y sus límites, aunque parezca obvio. Este conjunto de sucesos a menudo da lugar a la obtención de una infor­mación errónea o poco precisa que puede dificultar la interpretación de los síntomas.

Conocer la anatomía de la va­gina y su relación con los órganos vecinos tiene extraordinaria impor­tancia, tanto por lo anteriormente comentado como saber, por ejem­plo, colocar correctamente un tam­pón o un dildo, o conocer diferentes formas posturales durante el coito sin que se produzcan molestias, y poder encontrar así mayor placer.

La vagina, como parte del apa­rato genital interno femenino, no es visible. Está localizada en el ex­tremo inferior del útero, detrás de la uretra y la vejiga. Presenta una inclinación respecto al eje horizon­tal, a medida que la vagina asciende y describe un ángulo de 45 a 70°. La parte superior tiene un diámetro mayor y limita con el cuello uterino

la parte ancha estaría al fondo y el casquillo en la parte externa), mien­tras que la parte inferior limita con el vestíbulo vulvar o vulva. A uno o dos centímetros de su entrada se en­cuentra la corona vaginal o himen, que la cubre parcialmente.

La vagina tiene forma cilíndrica con una longitud aproximada entre 10 y 12 centímetros. Sus paredes son elásticas y presentan pliegues, lo que le permite expandirse. Ello facilita la colocación de un aro, un tampón de cualquier tamaño de los comercializados, un cono, una copa menstrual o un fármaco. Es en el parto es cuando mayor se manifies­ta su amplitud, ya que llega a au­mentar hasta diez veces su tamaño. En reposo la vagina se mantiene cerrada con las paredes pegadas entre sí.

La vagina está controlada por la actividad endocrina, y es sensible a las hormonas. Aunque la vagina no tiene glándulas, presenta un trasudado conocido como “flujo”, que comienza a producirse a partir de la pubertad, unos meses antes del primer periodo menstrual. El flujo normal tiene un aspecto transpa­rente y acuoso, pero puede cambiar de color hacia el blanco o el amari­llo por oxidación al contacto con el aire. Su consistencia cambia según el momento del ciclo menstrual: por lo general es acuoso y en los días de la ovulación se hace más denso, viscoso y pegajoso. Durante la ges­tación aumenta la cantidad de flujo, y de este modo confiere, de forma natural, una mayor protección frente a las infecciones.

El flujo de una mujer sana con­tiene bacterias saprofitas, los más predominantes son los Lactoba-cillus spp. Esta microbiota, entre otras funciones fisiológicas, permite mantener un pH ácido. La alteración de la flora origina una mayor labili­dad frente a las infecciones y pro­voca diversos síntomas y molestias. Un aumento superior al 5 del PH vaginal puede predisponer a la apari­ción de infecciones. Después de un tratamiento vaginal con antibióticos, conviene restablecer la flora vaginal con preparados probióticos especí­ficos para estabilizar el pH.

En la infancia hasta la adoles­cencia, las niñas no han de tener flujo. Las causas por las que puede aparecer son introducción de cuerpos extraños, masturbación, oxiuros que provienen del intestino y contami­nan vulva y vagina, o por una mala higiene tras la defecación por arras­tre de las bacterias del ano hacia la zona vulvovaginal.

En numerosas ocasiones unos lavados externos con antiséptico y unas medidas correctas de higiene alivian y hacen desaparecer los sín­tomas. En una mujer en la época fér­til la aparición de flujo de consisten­cia, color, cantidad u olor diferentes a los habituales puede indicar una infección vaginal. Una de las mane­ras para prevenir las infecciones es protegerse contra ellas mediante el uso de preservativos.

En la perimenopausia o climaterio disminuye la cantidad de flujo y se reduce la cantidad de gérmenes que colonizan la vagina. Lo que hace unos años se denominaba “atro­fia vaginal”, hoy en día se conoce como “síndrome de la menopausia genitourinaria” o GSM. Esta nueva terminología avalada desde el 2014 por las sociedades científicas, no se limita únicamente a la sequedad, ar­dor e irritación, sino que se amplía a los síntomas sexuales, por falta de lubricación, y a los síntomas urina­rios causados por la disminución de estrógenos.

 

 

En el GSM es muy efectiva la terapia hormonal TSH, aunque pre­senta el inconveniente de que no puede usarse por largo plazo, ni está indicada en todas las mujeres. De modo que finalizado el tratamiento THS o si existen contraindicaciones, se pueden recomendar de forma regular cremas hidratantes además de los lubricantes vaginales para la actividad sexual. Si no se trata ade­cuadamente, con el paso del tiempo disminuye el deseo sexual por las molestias que causa, lo que conlleva a evitar los coitos y, de este modo, se forma un círculo vicioso:

La sequedad no solamente es pro­pia de la mujer menopáusica, pues también aparece en mujeres que consumen anticonceptivos, en pro­cesos post-quirúrgicos, radiotera­pia, tratamientos hormonales y un largo etcétera. En estos casos es conveniente aliviar siempre los sín­tomas que producen la sequedad con hidratación para aumentar el colágeno en la vagina y así mejorar su epitelio.

Las funciones de la vagina no solamente se limitan a la esfera se­xual y reproductiva, sino que ade­más constituye un valioso medio para administrar medicamentos y es una vía de abordaje diagnóstico y quirúrgico.

Lo importante para la mujer no es solamente conocer su vagina, sino también preservarla con bue­nas técnicas de higiene para evitar infecciones. En los casos que así lo requieran deberemos aconsejar el uso de antisépticos, probióticos, cremas hidratantes y lubricantes.

Se trata de que formar e infor­mar a la población de nuestro en­torno para que cuide su zona ge­nital con el mismo interés y esmero con que cuida otras partes de su organismo.

 

BIBLIOGRAFÍA

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