El sistema inmune es otra de esas maravillas con las que venimos equipados de serie a este mundo. Es capaz de reconocer un billón, con b de burrada, de sustancias. Repito: un billón, que son un millón de millones.
Para poner el número en contexto: se calcula que en la naturaleza debe haber cerca del millón de virus distintos, de los cuales ya están identificados algo menos de 800.000. Y de ellos, sólo se sabe lo que hacen unos 9.000. Y el número de compuestos químicos conocidos se sitúa en unos 60 millones, aunque se descubre alguno nuevo cada día. El número no para de crecer. Pero desde luego la cifra es muy, muy inferior a la de sustancias reconocibles por el sistema inmune.
¿Y para qué los tiene que reconocer? Pues para discernir cuales son inocuos, y cuales nos pueden hacer daño. Ante estos últimos se desencadenan una serie de acciones que llevan a su neutralización y/o eliminación. En el caso de virus y bacterias se llega a la inmunización, fenómeno generado por una exposición previa, o por las vacunas.
Pero, aquí aparece el pero, algunas personas pueden heredar una tendencia a desarrollar alergias. Por un lado, predisposición genética y, por otro, los factores ambientales, como la exposición a alérgenos en el aire, la contaminación atmosférica y los cambios en los hábitos alimentarios, también pueden desempeñar un papel en este sentido. Por ejemplo, el cambio climático conlleva temperaturas más cálidas y periodos de polinización más largos, cada año con un inicio más temprano, lo que puede aumentar el número de personas afectadas por alergias. Asimismo, la contaminación atmosférica puede incidir directamente en su aparición.
La respuesta alérgica
Un antígeno es una sustancia que, introducida en un organismo, da lugar a reacciones de defensa, tales como la formación de anticuerpos.
Un alérgeno es una sustancia que puede inducir una reacción de hipersensibilidad en personas y animales susceptibles que han estado en contacto previamente con ella.
Generalmente, los antígenos y los alérgenos son proteínas o glicoproteínas. La respuesta alérgica se desencadena cuando el sistema inmunitario reconoce estas sustancias como «extrañas» y libera una respuesta excesiva, lo que provoca los síntomas de la alergia.
Dicho de otro modo; nuestro maravilloso sistema inmune se pasa de frenada y con la reacción desmesurada produce más mal que bien.
Algunas de las causas más frecuentes de alergia incluyen:
- Alérgenos aéreos: como el polen, la caspa de mascotas, los ácaros del polvo, esporas de hongos y otras sustancias volátiles.
- Alérgenos alimentarios: frutos secos, trigo, soja, pescado, mariscos, huevos o leche, entre otros.
- Picaduras de insectos: como las de abejas o avispas, mosquitos, mosca negra…
- Medicamentos: especialmente la penicilina o antibióticos basados en la penicilina. Y el ácido acetil salicílico y derivados.
- Látex, disolventes, componentes de cosméticos y otras sustancias.
Esta reacción de hipersensibilidad involucra el reconocimiento del alérgeno como sustancia extraña, ajena al organismo en el primer contacto. En exposiciones posteriores, el sistema inmunitario reacciona a la exposición de forma excesiva, con la liberación de sustancias que alteran la homeostasis del organismo, lo que da lugar a los síntomas propios de la alergia, que pueden incluir alguno o algunos de los siguientes: estornudos; picor en la nariz, ojos o paladar; secreción mucosa bronquial o nasal; congestión nasal; tos; irritación de garganta; lagrimeo y enrojecimiento de los ojos; urticaria (erupción cutánea), picor en la piel; hinchazón en los labios, lengua o garganta; dificultad para respirar; sibilancias; dolor de cabeza; fatiga; malestar general…
Cuando una persona alérgica entra en contacto con un alérgeno, el sistema inmunitario produce inmunoglobulina E (IgE) específica para ese alérgeno. En exposiciones posteriores, el alérgeno se une a la IgE, lo que desencadena la liberación de histamina y otras sustancias químicas:
- Serotonina (5-HT): Puede contribuir a la respuesta alérgica y a la inflamación.
- Bradiquinina: Está implicada en la vasodilatación y la permeabilidad vascular durante las reacciones alérgicas.
- Eicosanoides: Incluyen prostaglandinas y leucotrienos, los cuales participan en la inflamación y la contracción de los músculos lisos.
- Radicales libres: Contribuyen a la respuesta inflamatoria.
Estas sustancias provocan los síntomas de la reacción alérgica descritos antes. Este proceso puede ocurrir en diferentes partes del cuerpo, como la piel, las vías respiratorias, el tracto gastrointestinal… En cualquiera en que se produzca la identificación del alérgeno.
Tradicionalmente se describe la reacción mediada por la histamina como “calor, rubor y tumor”. Donde mejor se observa eso es en las picaduras de insecto: el habón que se produce por el aumento de exudado (permeabilidad capilar aumentada) está caliente y enrojecido. Y pica. Pero rascarse lo único que hace es aumentar el área de distribución del alérgeno.
En cuanto a las picaduras de insectos, seguro que todos hemos oído “todos los mosquitos acuden a mí”, “debo de tener la sangre más dulce/espesa/azul…” y otras expresiones similares. Pues en realidad, a todos nos pican los insectos estadísticamente por igual, es una experiencia democrática, no de las élites. Lo que ocurre es que algunos reaccionan de manera más exacerbada que otros. Hay a quien una picadura de abeja le duele y ya está, y a quien puede matar por anafilaxia.
¿Habíamos hablado de la predisposición genética? Las alergias alimentarias suelen ser de las más peligrosas por que el edema de glotis (inflamación aguda de la mucosa glótica) puede provocar una insuficiencia respiratoria aguda y poner en peligro la vida del paciente.
¿Cada vez que algo nos sienta mal es por que somos alérgicos? Pues no suele ser así, pero hay que aumentar la vigilancia hacia eso sospechoso.
Cuando alguien va a ser ingresado en un hospital se le preguntan las alergias. Hace un par de décadas, en un hospital de mi ciudad, se pidió permiso a los que ingresaban para realizar las pruebas de alergia a los que habían indicado que lo eran al acudir a urgencias. En concreto se circunscribió al ácido acetil salicílico. Los resultados, espectaculares para mi gusto, es que ni el 15% de los que decían serlo, lo eran. Habían tomado una aspirina, les había sentado mal por cualquier motivo y por ello inferían que tenían alergia.
El diagnóstico se realiza en primer lugar por la historia clínica, se confirma por pruebas cutáneas y se identifica aún más certeramente el alérgeno con pruebas de IgE.
¿Cómo se manifiestan las alergias?
Las alergias más comunes, que más pacientes acercan a nuestros mostradores, son las aéreas y las producidas por picaduras de insectos. Ojos llorosos, narices destilando, estornudos… son los principales síntomas de la rinitis alérgica, también llamada fiebre del heno, haciendo referencia a su origen en la polinización de ciertas gramíneas.
Si antes hablábamos de la predisposición genética, vamos a verla en acción en la marcha atópica, expresión que se refiere a la evolución clínica de las enfermedades alérgicas en pacientes atópicos a lo largo del tiempo. Esta evolución cronológica surge desde la sensibilización inicial hasta la aparición de diferentes enfermedades alérgicas, como dermatitis atópica, alergias alimentarias, urticaria, angioedema y asma. Se presenta en individuos con predisposición genética a la atopia, que, al entrar en contacto con alérgenos específicos, desencadenan estas manifestaciones. La dermatitis atópica suele ser la primera expresión de esta evolución. El tratamiento temprano, como el uso de corticoides, puede ayudar a atenuar y posiblemente prevenir el desarrollo de la marcha atópica, especialmente en niños con sibilancias episódicas recurrentes. La inmunoterapia y la vacunación también se consideran para interrumpir esta evolución alérgica una vez que los síntomas atópicos han aparecido. Resumiendo; de bebés atópicos, podemos pasar a niños con rinitis y llegar a adolescentes con asma.
Como antes citaba, el desarrollo de nuevas moléculas químicas (tintes de ropa y pelo, cosméticos, suavizantes, aromatizantes, aditivos alimentarios, etc.), y la cada vez más corta estación fría en nuestra latitud, hacen que el número de personas que sufren alergias esté aumentando.
Se calcula que, en España, entre el 20 y el 25% de la población presenta alergia, ya sea primaveral, alimentaria o de otro tipo. Son cada vez más frecuentes los pacientes que permanecen con síntomas muchos meses por tener alergia a distintos pólenes que se van solapando en el tiempo, pero que además tienen alergia a otro tipo de cosas, como a los hongos, gatos o ácaros de polvo. De hecho, la alergia a pólenes se está convirtiendo en un problema cada vez más extendido en el país.
Con el uso de mascarillas durante la pandemia hemos podido comprobar cómo mejoraban gran parte de los pacientes con alergias aéreas y/o asma. Por otro lado, el SARS-Cov2 nos ha dejado como herencia unas mucosas muy irritadas fácilmente estimulables por cualquier alérgeno.
La aparición de la alergia se puede producir a cualquier edad y ante algo nuevo o ante algo que hemos tenido siempre a nuestro lado. Recuerdo el caso de un paciente de mi farmacia, Don Carlos (hay personas que merecen el Don), que pasados los setenta, desarrolló alergia al plátano. Tras comerlo, que era una fruta que consumía todo el año, de toda la vida, se le producía una inflamación de la lengua de tal gravedad que no le cabía en la cavidad bucal, teniendo que realizar maniobras para extraerla y que no le obstruyese la garganta. Terrible.
¿Hay prevención para ello? Pues no, por ahora no, ya que no se conocen exactamente los mecanismos que desencadenan la alergia estando predispuesto genéticamente. Una vez conocida la causa, hay que esquivar el alérgeno. Y tener la medicación a mano.
Recursos farmacológicos
Los pacientes que padecen alergias ya suelen estar avisados y ponen medios para atenuar sus molestias: ventilación adecuada, filtros ambientales de moléculas, llevar encima siempre la medicación de rescate…
¿Qué medicación? La que sea precisa en función de la gravedad de las reacciones. A veces basta con un antihistamínico (AntiH1) de tercera generación que se tomará oralmente una vez al día mientras duren los síntomas.
¿Qué tenemos en la farmacia comunitaria que se pueda indicar?
Mucho.
Antihistamínicos: AntiH1
Orales:
- Primera generación: difenhidramina, doxilamina, dimenhidrinato. Solo se emplean para inducir el sueño o evitar mareos por cinetosis.
- Segunda generación: bromfeniramina, clorfenamina, dexclorfeniramina. Duermen mucho, aunque no tanto como los anteriores. Los encontramos en casi todos los medicamentos anticatarrales y antigripales y en cremas para picotazos o alergias de contacto.
- Tercera, cuarta: Los que se usan para los síntomas alérgicos y su prevención: loratadina, cetirizina, ebastina, fexofenadina, rupatadina y bilastina. Duermen tan poco que ya ninguno está obligado a llevar en el envase el pictograma de alerta en caso de conducción.
Tópicos:
A esas generaciones también pertenecen los usados por vía tópica ocular: azelastina o levocabastina (además de ketotifeno y bilastina).
De varios de ellos ya disponemos de presentaciones de venta libre, algunos asociados a descongestivos nasales (ojo a la polémica con la fenilefrina)
Corticoides
Para la rinitis alérgica estacional también podemos indicar corticoides de amplia experiencia y seguridad por vía nasal; budesonida y fluticasona. Sin riesgo de producir adicción, como sí lo hacen los descongestivos nasales tópicos basados en fenilefrina, oximetazolina, tramazolina o xilometazolina.
Debemos también tener una especial consideración con los pacientes que usan corticoides orales o inyectables de larga duración; además de los efectos conocidísimos sobre el estómago, van a presentar niveles de glucemia muy elevados durante el tiempo que el corticoide permanezca en sangre, pudiendo llegar a las cinco semanas tras una sola inyección.
Adrenalina
No es que sea de indicación farmacéutica, aunque yo no dudaría en aplicarla a un paciente que delante de mí sufra un cuadro de anafilaxia. E inmediatamente llamar al 112. Los pacientes que lo han sufrido previamente ya se conocen y saben qué hacer. El problema es que igual no pueden en ese momento.
Desde la farmacia comunitaria debemos conocer cómo se usan los dispositivos de adrenalina que precisan aquellos pacientes alérgicos a sustancias que pueden producirles un choque anafiláctico. No hablo del rejonazo de adrenalina que John Travolta le clava a Uma Thurman en Pulp Fiction, eso es un remedio heroico que raramente hace falta, y sí, en la realidad se emplea tal como hacen en la película.
No, me refiero a los dispositivos de inyección de epinefrina que conservamos en nuestras cajoneras y cuyo uso (muy simple, de verdad) debe conocer el paciente, quien convive con el mismo y sus maestros en el colegio o instituto. Pero primero debemos conocerlos nosotros para poder dar las explicaciones de conservación y uso adecuadas.
Para ello además de consultar las fuentes de información habituales: CIMA (https://cima.aemps.es/cima/publico/home.html#) y BOTplus (https://botplusweb.farmaceuticos.com/), podemos recurrir a los laboratorios comercializadores y solicitar que nos envíen dispositivos de adiestramiento para mostrar a nuestros pacientes.
Lo mismo recomiendo para nuestros pacientes con asma: comprobar periódicamente la forma de uso del inhalador. Los estudios afirman que cerca del 30% de los usuarios de medicación inhalada lo hacen bien. Tenemos un 70% de pacientes que pueden mejorar de sus síntomas gracias a lo que les enseñemos. Explicar, repetir, repetir, comprobar cómo lo usan. Y los fabricantes nos pueden proveer de placebos para explicar. Es tan simple como buscar el teléfono del laboratorio y llamar. A no ser que sean dispositivos muy antiguos, los hacen llegar por trasporte o por delegado. En el segundo caso además puedes recibir formación.
En breve nos enfrentaremos al pico de pacientes con rinitis, picores y picaduras. Pero también tenemos pacientes con alergia todo el año. Dediquemos a ellos la atención (farmacéutica) que se merecen.
Bibliografía
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