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Actualidad Noticias | Los menores maltratados tienen mayores posibilidades de ser maltratadores en el futuro

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Desatender las necesidades de un menor, abusar sexualmente de él o ella o maltratarlo física o psicológicamente son solo algunos de los ejemplos de lo que es el maltrato infantil. Según datos del Ministerio del Interior, en los últimos años ha habido un drástico aumento del número de menores de edad que han sido víctimas de cibercriminalidad (de 1.023 casos en 2011 a 2.319 en 2018), de delitos sexuales (de 3.835 en 2008 a 5.382 en 2018) y de violencia familiar (de 3.994 en 2008 a 6.532 en 2018).

A veces es difícil de identificar porque «no existe un ‘perfil único del niño maltratado’ y no todos los niños, las niñas y los adolescentes que sufren violencia experimentan las mismas consecuencias, porque hay personas con una mayor resiliencia que otras, con un mayor apoyo familiar que otras, etc.», explica Irene Montiel, profesora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC e investigadora del grupo VICRIM.

Aun así, más allá de los indicios físicos, algunos cambios en su comportamiento pueden ofrecer pistas de la situación por la que están pasando, «cambios bruscos del estado de ánimo o del comportamiento y síntomas psicopatológicos como ansiedad o depresión, trastornos de conducta o comportamientos antisociales», detalla Montiel.

La pandemia ha incrementado el maltrato infantil en casi todas sus versiones. Según la Fundación ANAR, durante el confinamiento estricto y las primeras salidas en España aumentaron las llamados por maltrato físico, ciberacoso, engaño pederasta (grooming) y problemas psicológicos de los menores, como la ideación o el intento de suicidio (aumentaron un 244,1 %), las autolesiones (crecieron un 246,2 %), los trastornos de alimentación (826,3 %), la depresión, y la agresividad y la ira. Detectar cualquier tipo de maltrato es importante para el futuro del menor. «Si observamos que un niño o una niña está involucrado, como víctima o como agresor, en una situación de violencia, sería necesario indagar sobre su historia de victimización previa, es decir, la violencia que ha sufrido anteriormente como víctima o testigo y abordar el tratamiento y la recuperación para evitar que vuelva a convertirse en víctima o pueda convertirse en agresor», advierte Montiel, y añade: «No obstante, se estima que el 90 % de los casos de victimización en la infancia no se reportan a ninguna autoridad ni servicio oficial, por lo que se desconoce la magnitud real de la victimización infantil».

La tecnología ya estaba implícita en nuestra vida, pero con la COVID-19 y, sobre todo, con los confinamientos, la vida social se trasladó a internet. Así pues, los problemas asociados a la tecnología incrementaron (pasaron de un 23,2 % a un 29,9 %), lo cual afectó en aspectos como el grooming, el ciberacoso, la violencia de género, la pornografía y la prostitución infantil, entre otros, según ANAR. «En el ámbito de la violencia en línea, en un sentido amplio, hasta el 61% de los niños y las niñas de entre 12 y 17 años la sufre cada año», explica Montiel. «Las actividades cotidianas de los menores en el ciberespacio constituyen un espacio conocido de oportunidad criminal. El resultado es que niños, niñas y jóvenes hiperconectados continúan siendo víctimas ideales en ausencia de guardianes capaces que los protejan de agresores con acceso a internet motivados a hacerles daño».

«Los niños y las niñas constituyen el grupo de edad más vulnerable a la violencia, en gran parte debido a su falta de autonomía y su situación de dependencia. Se ha demostrado que la violencia interpersonal rara vez es un suceso aislado, sino que niños, niñas y adolescentes tienden a experimentar más de un tipo de victimización a lo largo de su vida, lo que ha recibido el nombre de polivictimización», explica Montiel. En general, son las niñas las que reportan recibir más maltrato infantil, según datos de ANAR (un 69% ellas y un 29% ellos), y los progenitores o los cuidadores son los principales actores que ejercen la violencia con más frecuencia. «Más del 80% de los casos de abuso sexual infantil son perpetrados por personas de la familia de la víctima (aunque no siempre los progenitores) y un elevado porcentaje de niños, niñas y adolescentes ha sido testigo de violencia intrafamiliar, normalmente de algún progenitor hacia el otro o hacia otros miembros de la familia», explica Montiel, que añade que «es especialmente grave, pues este mismo entorno es el principal agente de socialización de los niños y las niñas y lo que debería actuar como principal garante de su seguridad y protección».

Atender y proteger para evitar consecuencias negativas en el futuro

«Estos niños, niñas y adolescentes que sufren violencia experimentan una pérdida de confianza en sí mismos, en las personas que los rodean y en su futuro aunque el impacto dependerá principalmente de las características personales de la víctima (sexo, edad, autoestima, etc.), las características del abuso y el agresor (duración, grado de violencia, relación víctima-agresor) y la reacción y el comportamiento del entorno cercano (grado de apoyo y protección)», explica Montiel.

Existen numerosos estudios nacionales e internacionales que revelan importantes consecuencias negativas para la salud de los menores que son víctimas de violencia a corto y a largo plazo, especialmente en los casos de polivictimización y cibervictimización. «Cuantos más tipos de maltrato se experimentan a lo largo de la infancia, más síntomas se reportan en la adolescencia y la juventud, así como en la edad adulta, y mayor es el riesgo de deterioro psicosocial severo», detalla Montiel. Algunos tipos específicos de victimización son especialmente graves en relación con la salud mental, como la victimización por parte de los cuidadores y la victimización sexual, independientemente de si existe o no polivictimización.

Efectivamente, los menores maltratados tienen mayores posibilidades de ser maltratadores en el futuro si no reciben la atención y protección que necesitan. «La violencia experimentada de forma directa o indirecta afecta negativamente al desarrollo de vínculos seguros con otras personas y de habilidades que inhiben el comportamiento antisocial (conducta prosocial, empatía, autocontrol, autorregulación emocional, etc.), lo cual incrementa el riesgo de que tengan conductas violentas hacia otras personas (los padres, los iguales, las parejas o incluso los hijos o las hijas en el futuro)».

Por este motivo es especialmente relevante intervenir con estos niños, niñas y adolescentes para frenar la transmisión de la violencia y evitar que se conviertan en perpetradores o nuevas víctimas en el futuro. Existen numerosos estudios que afirman que «hay predisposición a un comportamiento delictivo si se ha sido testigo de violencia familiar durante la infancia», explica la experta. Por ejemplo, ser víctima de maltrato infantil y ser testigo de violencia interparental está relacionado con cometer delitos violentos (Steketee et al., 2019), el acoso escolar (Chesworth et al., 2019) y la delincuencia en general (Artz et al., 2014). «Si bien esta asociación no es directa y simple y son muchos otros factores los que intervienen en la conducta antisocial, ser víctima de violencia en la infancia incrementa el riesgo, pero no lo determina de manera unívoca, la prevención es muy necesaria y eficaz «, concluye Montiel.

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